Al color rosado de sus manos,
peladas por el frío y la lejía,
de tanto fregar suelos y baños,
mientras la dueña cruel se reía.
Los grifos mal cerrados vertían,
esas gotas que suenan a años,
como el viejo dolor de sus rodillas,
que no lo sienten ni los esclavos.
Rafa Marín
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