La noche había sido un suspiro, la alarma del teléfono sonó con exasperante puntualidad. Una sonrisa se dibujó en la mirada de ella.
- Que oportuno, susurro a su satisfecho amante.
Éste, la miró y con voz ronca la apremió.
Has de marcharte, ella está a punto de llegar.
Una sombra recorrió los ojos de la mujer, pero Juan no la pudo ver.
- ¿Me llamarás, amor?
- Si, ya sabes. En cuanto ella me deje un rato libre.
La mujer se vistió de forma rápida y eficiente. Dejó sobre la cama seis billetes de 50 euros y sin decir nada, salió del cuarto y de la casa.
La vida de Juan siempre había sido una mentira, su "trabajo" era satisfacer a las mujeres. Desde que el sistema había cambiado, los hombres como él eran muy solicitados.
Joven, guapo, culto y musculado.
Tras comprobar desde la ventana como la mujer paraba un taxi y subía a él. Juan, hizo la llamada de teléfono.
Bajó las escaleras casi al ritmo de un baile y entro en la cafetería, como si el mundo fuera un jardín hermoso lleno de gente feliz.
Su día fue como lo eran todos. Un tute de gym, un rato de biblioteca, y las siempre presentes mujeres.
Comió con Marta y se dejó agasajar. Pobre Marta, pensaba. Tan joven y hermosa, tan asquerosamente rica y tan...
La borró de su mente nada más girar la esquina.
La tarde se complica casi sin querer, el mensaje lo sorprendió mientras admiraba un pequeño camafeo expuesto en la galería. Javier le había dicho que la misteriosa mujer pintada a mano sobre el vidrio, habría sido la famosa y adorada Marlene. La mujer que había acabado con el patriarcado, años atrás.
Casi brincó al mirar el teléfono, el mensaje era escueto y directo.
"Preséntese de inmediato en el ministerio de la verdad".
Blanco como el papel y agitado como un Dry Martini, se dirigió a la salida.
El taxi le dejó junto a la escalinata y las dos mujeres uniformadas, le abordaron de inmediato.
Le guiaron hasta un pequeño cartucho, donde una de ellas lo sobó con la excusa del cacheo. Sonriendo, le susurró una obscenidad. Él le sonrió y respondió con un.
- 300 la noche, más la cama y las drogas.
La mujer puso cara de fastidio y le espetó un puerco a la vez que le tocaba los glúteos.
- Anda, tira pimpollo, que te están esperando.
El interior del ministerio era austero, casi minimalista en su decoración; funcional.
Una alta funcionaria, le señaló un sillón, ni siquiera lo miró.
Juan, esperó y esperó y esperó. Se preguntaba si no sería una estrategia para "madurarlo". Pero cuando estaba a punto de levantarse, la funcionaria lo llamó y señaló una puerta.
Esperaba encontrar lo de siempre, pero no, en la sala no había señoras de mirada libidinosa, ni siquiera había señoras, ni hombres, solo una mesa, una silla y un monitor de pc.
Se acercó cauteloso y de repente el aparato se iluminó.
- Tome asiento, dijo una voz artificial. Ha sido seleccionado para una misión.
- ¿Qué misión? Preguntó Juan.
- Eso no es importante, sólo se le informa de que ha sido seleccionado, es cuanto necesita saber.
Una puerta se abrió en una esquina de la sala, no se había percatado de su existencia. De ella, salió un hombrecillo entrado en años, vestía una bata blanca y con su cara sonriente le hizo señas para que lo siguiese.
La nueva habitación tenía aspecto de laboratorio, aunque de un laboratorio antiguo.
Juan se sintió extraño, se sentó y pareció que el tiempo se detuvo.
La palmada en el hombro le sacó de su ensimismamiento.
- Pues ya está. Oyó decir al anciano.
Salió al la calle, paró un taxi y volvió a su rutina diaria.
Aquella noche, llegó ella. Hermosa y joven, felina, sexual e irresistible.
Hicieron sexo, porque no había amor. Juan la poseyó, una y otra vez, hasta que ella fue incapaz de gozar más.
Tras un baño caliente, volvieron a la cama, entonces ella, presionó sobre una zona tras la oreja de Juan. Luego, estrajo una pequeña tarjeta de memoria.
Accionó un par de resortes y dejó al descubierto la placa base de inteligencia artificial. Ajustó con sumo cuidado todo lo necesario y volvió a colocar todo en su sitio.
La noche había sido un suspiro, la alarma del teléfono sonó con exasperante puntualidad. Una sonrisa se dibujó en la mirada de ella.
Fin
Rafa Marín