Era domingo, el último domingo de octubre y el lunes sería festivo, se celebraba el día de todos los Santos.
María, vivía en una pequeña ciudad en mitad de las montañas, una de esas en las que todos saben todo de todos.
Se asomó a la ventana y le sorprendió el gran número de visitantes que había, pese a que estaba lloviendo a cántaros.
Suspiró cansada, mejor se iba al bosque.
No tenía hijos y al separarse, acordaron que cada semana uno de ellos tendría a Toby. Hoy le hubiera gustado tenerlo con ella.
Toby era un magnífico ejemplar de mastín español, a sus 6 años, estaba pletórico de fuerza y energía.
Se vistió para la caminata, tomó la pequeña mochila y metió en ella, su inseparable navaja, una botella con agua y el botiquín de primeros auxilios, pues en el monte nunca se sabe.
Salió por la puerta trasera y tomó una vereda que se internada en el bosque. Era su pequeño secreto, nadie sabría donde estaría. No sé llevó el teléfono.
Al poco de partir la lluvia cesó y todo se volvió olor a tierra húmeda, sonido de gotas sobre la hojarasca y alguna risa lejana.
Salió del camino y se dirigió a lo más profundo y salvaje de aquellas montañas, se sentía libre, tanto, que hasta perdió la noción del tiempo. Notaba como su cuerpo reaccionaba, el calor por el ejércicio le hizo bajar la cremallera del impermeable, se empapó con su propio olor.
Olía a mujer, a hembra.
Sonrió para sí y emitió un aullido, rió después, hasta que oyó otro aullido que le contestaba.
Miró alrededor, pero no vio nada, el bosque era muy espeso y no recordaba donde estaba, se había perdido.
Se preocupó, pero no se puso nerviosa. Era montañera y sabría salir de allí.
Oyó otra vez el aullido, está vez más cerca, se inquietó. Sabía que había lobos por los alrededores, pero pese a no conocer de ningún ataque, el segundo aullido la puso alerta.
Giró sobre sí y buscó, la vio. Una rama joven, lo bastante gruesa como para poder defenderse en caso de necesidad.
La cortó y la afiló de forma precipitada, todo era silencio y olía a bosque profundo.
Se percató del paso del tiempo y a la vez de su propia naturaleza.
Comenzó a descender, buscando indicios de algún sendero, pero nada, la luz, pronto se haría escasa y entonces si que tendría un problema.
Mientras oía aquí y allá el sonido de pasos sobre las hojas caídas, vio lo que parecía un hueco profundo entre unas rocas.
Si dirigió hasta allí.
- Al menos, lo que sea, tendrá que venir de frente.
Con prisa, pero con tiento, preparó lo necesario para una fogata, luego la prendió y esperó a la noche.
Mientras esperaba, asilo la rama y con el fuego fue endureciendo la punta.
La noche lo cubrió todo, su única esperanza sería mantener las llamas vivas y el espíritu sereno.
No sabía que hora era, pero ante ella, se presentó un enorme lobo macho de color gris muy oscuro, casi negro. Ante su mirada atónita, se puso de pie y poco a poco se fue transformando en un ser humano.
Todo se volvió borroso, la invadió el deseo y ya no recordó nada más.
Despertó, estaba desnuda y echado a su lado el enorme lobo de McKenzie. Le acarició la cabeza, el lomo y se acercó más a él. El lobo la miró, y ella pudo ver su infinita soledad.
Se vistió y junto con el animal volvió a su casa.
Lo primero que hizo fue llamar a su ex, necesitaba decirle que no quería volver a ver a Toby.
Luego, mirando al lobo, sonrió y le dijo.
- Sabes, nunca más volveremos a estar solos.
Fin
Rafa Marín
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