Todos le recomendaron no seguir el camino durante la noche, pues estaba en Galicia y la noche de difuntos podía traerle algún encuentro inesperado. Pero como gaditano, bregado y altivo, ignoró todo consejo y toda prudencia.
Tomó impermeable, mochila y bastón y por así decirlo, Se echó al monte.
Aún faltaban un par de horas para la media noche y pese a la fina llovizna, se sentía ligero de ánimo y fuerte de espíritu.
Se puso a cantar, la noche poco a poco se abrió y una luna ya menguante, iluminó el camino desierto que se adentraba en el bosque.
¿Qué podría pasar? Se dijo mirando la línea clara del camino que se perdía en el bosque.
A lo lejos se oyó el repicar de un viejo campanario, mientras una densa niebla ascendía, ocultando el camino.
Pronto, tuvo que sacar la linterna y entre la lechoso niebla, intentar encontrar aquel camino, en el que empezaba a pensar, nunca debió tomar.
Más por suerte que por voluntad, un retazo de brisa, apartó un girón de niebla y vio una luz no muy lejana. Su ánimo se avivó y con paso decidido de dirigió hacia aquel faro del bosque que le guiaba.
Abandonó el precario camino, se adentró en la espesura y entre tropiezos, arañazos y alguna imprecación, llegó al punto de luz, que no era más que una fogata en una cueva.
No sé veía a nadie, se extrañó y miró a su alrededor. Casi al instante, la vio, una preciosa joven, vestida de campesina y caída en el suelo, inconsciente.
Como pudo la tomó en brazos y la metío en la cueva, arrimó más leña a la fogata y miró si está se encontraba herida.
Mientras la examinaba, descubrió que la mujer llevaba muchas joyas, así que la despojó de ellas y las puso en un rincón.
Como la mujer no despertaba, preocupado, salió a buscar agua y lo que fuera que pudiera ayudar. Se sorprendió por su capacidad de distinguir hierbas medicinales. Volvió a la curva, y con un pequeño cazo, calentó agua y preparó una tisana.
Cuando estaba a punto de verter el bebedizo en la boca de la desmayada, esta abrió los ojos y gritó asustada.
El la calmó como pudo, pero la mujer palpando, descubrió que no tenía las joyas.
- Ladrón, le apremió, ¿Dónde están mis joyas?
- Están ahí, respondió señalando el rincón.
Pero en el rincón no había ni rastro de las piezas de oro.
Demudado, buscó por toda la cueva, pero no encontró nada.
La mujer pareció que sonreía, pero le dijo en tono severo.
- Deberás trabajar para mí, hasta que saldes tu deuda.
- Yo no te he robado, dijo el gaditano, no te debo nada.
Entonces, el suelo de la gruta se abrió mostrando una escalera de piedra, por la que el chico descendió rodando.
La mujer le siguió y ya en el suelo de un amplio túnel bien iluminado, esta, vació la mochila, y allí estaban las joyas.
- Yo no he sido. LO JURO, repuso nuestro cada vez más confundido héroe.
- Claro, repuso ella, soltando una gran carcajada. Trabajarás para mí durante el resto de tu vida.
Al poco aparecieron otros hombres y mujeres, los cuales la llamaron reina.
Ella, mirando al cada vez más apesadumbrado chico, ordenó.
- Llevarlo a un calabozo, mañana será llevado a la mina y allí pagará por su delito.
De nada sirvió que peleará, pues era uno contra muchos y fue reducido y encarcelado.
Se le llevó comida y bebida, pero no la tocó.
- Prefiero morir antes que ser tratado como un Ladrón. Dijo, echándose en el suelo.
Poco a poco el sueño, el cansancio y la tristeza le vencieron, quedándose dormido.
Lo despertó un rayo de sol sobre los ojos, volvía a estar en la cueva. Junto a él, la mujer preparaba el desayuno.
ÉL, miró alrededor inquieto y ella con una sonrisa en los ojos lo miró sorprendida.
- No temas, dijo la mujer, anoche, cuando volvías con el agua y las plantas, debiste tropezar y te golpeaste en la cabeza.
Entonces, más sorprendido aún, le contó, lo que creyó haber vivido. Las joyas, el túnel y la condena.
La mujer rompió a reír con una espontánea risa de felicidad.
Movió la cabeza de lado a lado y le preguntó.
- ¿Tengo pinta de ser una reina y nadar entre riquezas?
El chico estaba abrumado y solo atinó a decir.
- Si, pareces una reina.
La mujer, lo miró sería y le dijo.
- Come, ves ese pequeño sendero, síguelo y te llevará de nuevo al camino.
Luego salió y se perdió en la espesura.
Nuestro amigo comió con apetito, luego tomó el sendero y sin mirar atrás llegó al camino.
El día se le hizo largo y muy cansino, por fin, al atardecer, llegó al albergue.
Se inscribió y al abrir la mochila para tomar una muda, vio el hatillo de cuero. Lo abrió y dentro descubrió joyas y piedras preciosas junto con una nota.
- Querido desconocido, en pago a tu bondad y tu honradez.
Xiana.
Reina de los mouros.
Fin
Rafa Marín