De repente, el suelo cedió bajo sus pies y se precipitó al fondo de aquella
sima.
Rodó y rodó, golpeándose una y otra vez, hasta que por fin, toco fondo.
Tras un largo rato, magullado y dolorido, alzó la vista y vio en las alturas el
ojo de luz por el que había caído. Intentó trepar por la inclinada ladera, pero
le resultó imposible, presa de la desesperación, arrojó una piedra a la
oscuridad circundante. Para su asombro, esta no golpeó contra nada, sino que
rodó unos metros.
Poco a poco sus ojos se habitaron a la negrura, descubriéndose ante él un
mundo desconocido.
Buscó en sus bolsillos y encontró, una navaja, junto con un mechero y
tabaco.
Prendió un cigarrillo y sonrió al pensar en la fatalidad de su suerte,
nadie lo encontraría, porque nadie lo está buscando. Acabó el pitillo y decidió
aventurarse en las negras galerías de la cueva que había descubierto.
La fruta, con el paso de las horas, le descubrió un mundo de posibilidades.
Tenía agua y a la acogedora luz de los cientos de agujeros de su bóveda,
crecían plantas y frutales.
Pasaron con su rutinaria cadencia, los días y las noches, hasta que al fin,
se dio por vencido. Pese a haber hecho fogatas penachudas de humo, pese a sus
gritos y llantos desconsolados, nadie acudió en su rescate.
De tarde en tarde, los ojos luminosos le regalaban algún animal que se
mataba contra el suelo y así, su precaria vida, retomaba otra vez el sentido.
Cada vez que despertaba, era como si todo comenzara de nuevo, gritaba y
gritaba, pero jamás nadie lo oyó.
Los días y meses dieron paso a los años y por fin un día que vagabundeaba
por su reino de tinieblas, escuchó el susurro de unas voces humanas.
Gritó para hacer notar su presencia, pero las voces se extinguieron y sólo
el sonido de unos pasos que corrían fue la respuesta que obtuvo.
Mientras él medraba en su prisión, en el exterior, se fue formando la leyenda
de la gruta encantada. Se hablaba de gritos y luminarias que muchos decían
haber visto u oído, siempre sin poder explicarse el porqué.
Fin
Rafa Marín
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