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sábado, 25 de julio de 2020
Tu voz
Tiempo
¿Por qué está sed no se acaba?
martes, 21 de julio de 2020
El ángel (relato corto )
El verano iniciaba su andadura y como cada año, de los nidos del tejado
llovían criaturas sin plumas.
A veces gorriones osados y otras, desahuciados por el tordo malévolo, pero
raro era el día que un par de pajaritos no adornaban el suelo del patio.
La mujer, con sus cándidas manos los recogía, que remedio. La experiencia
de cada año pasado se lo pedía.
Tenía preparado un cajón y restos de un viejo colchón de lana y cada vez
que sus quehaceres se lo permitían, los embuchaba con pan migado en agua y
leche.
Yo, huidizo siempre, me asomaba a mirarla.
Los pajaritos emitían incesantes, la letanía del hambre, a la vez que las
plumas iban cubriendo sus cuerpos.
Los sacaba cada tarde al fresco de la sombra y entonces ocurría el milagro.
Mientras la mujer (mi madre) se afanaban en el zurcido de sietes en pantalones
y gastados calcetines, se llenaba aquella inmensa jaula de trinos de gorrión.
Madres todas, atrapadas por la osadía que sólo tienen las madres, bajaban
al filo del cajón y miraban a la mujer. Se posaban a sus pies y también sobre
su regazo y hombros.
Otras veces, a causa de la presencia del ogro, revolotean inquietas y
feroces. Con constantes vuelos rasantes que invitaban a éste a marcharse.
Los pájaros crecían y se elevaban libres al cielo caluroso del verano. Yo,
como digo, huidizo casi siempre, dejaba de sentir curiosidad y me embarcaba en
expediciones al arenero o a los pocillos, aún a sabiendas del castigo que
recibiría.
Una mañana, después de haber sido cobijado entre las ramas de aquel viejo
olivo, (la noche fue tan cruel, que huí para no recibir, como siempre lo mío),
al entrar en casa por la tapia del patio de los gorriones descubrí a la mujer,
así la llamaba mi padre, tirada en el suelo.
Asustado y con tanta ira, que casi me parto la crisma al bajar, intenté
acercarme a mi madre, pero de los aleros, igual que un enjambre de furiosas
avispas, salieron los gorriones, no me dejaron hacerlo.
En vuelos imposibles y atronadores trinos, me rodearon y arrinconaron lejos
de ella.
Desde el suelo, ella me miró, levantó una mano y susurró.
- Es mi hijo.
El batallón de pájaros, dejó de acostarme y todos se posaron en torno a
ella.
Por un instante, el sol del amanecer, reflejado en los cristales de una
ventana, iluminó la escena y entendí, que esa mujer, pequeña y amable, no sólo
era mi madre, también era un ángel, ya que por un instante, unas alas grises le
brotaban de la espalda.
El verano pasó y aunque el ogro siguió con su lacerante faena, tuvo el
doble de trabajo, ya que antes de pegar a la mujer, tenía que boblegarme a mí y
a toda la furia que por él sentía.
Hoy, casi 50 años después recuerdo la escena, no puedo jurar que fuera
realmente así, pero si recuerdo su cara y su mirada y a los gorriones que cada
día, como osados paladines sobre ella se posaban.
Fin
Rafa Marín
jueves, 16 de julio de 2020
Nada
El otro silencio
martes, 14 de julio de 2020
Las palabras
lunes, 13 de julio de 2020
La vida y sus acordes
domingo, 12 de julio de 2020
Ellas
viernes, 10 de julio de 2020
El diario (relato corto)
Si pudiera
mi verdad más pura,
la de la simpleza cruda,
pudiera gritar sin fama.
Si de esta soledad sin cura,
porque no es cuestión de compaña,
sino de esa vida que no engaña,
entre silencios tan oscura.
Que feliz, de ser, se augura,
mostrar sin temer, con prisa.
Decir al mundo, fui y soy de esta guisa
y a ella le di, del tiempo su hermosura.
Rafa Marín
jueves, 9 de julio de 2020
El secreto (relato corto )
El grupo de soldados y personal civil, avanzaba sobre las vías del metro.
Sobre ellos el techo temblaba, el martilleo de la artillería era constante.
Rezagado, apenas un centenar de metros por detrás, otro grupo, se afanaban
en proteger a quien parecía un anciano.
- Ya casi estamos.
La explosión alcanzó al grupo de cabeza y la luz inundó el túnel.
El grupo rezagado pasó junto a los muertos y heridos. Estos fueron
ejecutados. Nadie debía quedar atrás y vivo, mantener el secreto era de vital
importancia. Por fin, al final del túnel se veían los aviones.
Un operador de radio, dio un nombre en clave y una orden escueta. El
aeropuerto no debe caer en manos del enemigo antes de la media noche.
El anciano asintió y dejó escapar una sonrisa malévola.
- La historia me dará la razón, dijo y se sentó sobre una piedra. Se sentía
agotado.
La oscuridad lo cubría todo, patrullas de soldados con una media luna
colgada al cuello, mataban a todos los que posaban acercarse a un avión. Cuando
recibieron a la pequeña comitiva, se sintieron por una vez algo más que simples
asesinos. Él les saludó con desgana al subir al avión.
- Lo hemos logrado, gritó una mujer.
Comprendió tarde que no había un sitio para ella en Junker que estaba a
punto de despegar.
- Es una desertora, dijo el anciano a los policías militares, es vuestra,
haced lo que queráis con ella.
El resto, junto con el anciano subieron al avión.
Al poco la ciudad en llamas quedó atrás.
El destino de este era un secreto, nadie supo nunca que despegó, como nunca
supo nadie, que horas más tarde se estrelló contra un poco montañoso de los
Pirineos.
Fin
Rafa Marín