Imaginen:
Él, sesenta, de mirada perdida. Viste abrigo y sombrero, de la mano lleva a su mascota.
De vez en cuando cojea y parece la víctima propiciatoria cuando entra en ese camino poco iluminado. Los otros tres, jóvenes, rudos, criados en la calle y hartos de pisar la trena.
Se acercan confiados, con esa sonrisa de lobo, que ya sabe que va a comer. Todo está el silencio, no se ve un alma y nuestro amigo, tuerce a la derecha, alejándose un poco más de cualquier atisbo de civilización.
Ahora, los jóvenes, aceleran el paso. Todo está decidido.
En ese momento, un leve toque de sirena del vehículo policial, hace que los jóvenes, corran en dirección contraria al señor del abrigo. Hoy se ha salvado, pero está en la mirada de los tres jóvenes. Dice el refrán:
"Hay más días que ollas". Todo se andará.
Los días pasan y al pronto se descubre un otoño de rojos y ocres. Los caminos se cubren de hojas y la brisa las hace bailar.
Una tarde, con el sol casi apagado, uno de nuestros jóvenes, da un codazo a otro y señala al callejón que se ennegrece; cree haber visto a caballero del abrigo y su perro. Corren, hoy no hay patrullero, ni dios que le salve, pero al llegar al recodo, nada. Parece que la oscuridad se lo ha tragado. Merodean un rato, aquí y allá, pero sin suerte. No habrá dos sin tres, todo es cuestión de esperar.
Es la noche del 24 de diciembre, los jóvenes, toman whisky barato directamente de la botella, esnifan cocaina y parlotean dentro del vehículo, casi por casualidad uno de ellos ve al hombre del abrigo y su perro.
- ¡HEY! Grita alborozado, mirad quién viene por ahí.
El hombre pasa junto al coche, bajan una ventanilla.
- ¿Abuelo, tiene unas monedas?
El hombre del abrigo no parece oír, sigue su camino hacia el callejón.
- Vamos, anuncia uno y los tres caminan tras él.
El callejón más que oscuro parece siniestro, los jóvenes, aceleran el paso, pero el hombre del abrigo siempre permanece a la misma distancia.
Tuerce a la derecha, los chicos echan a correr y al torcer la esquina, lo ven.
Está inmóvil y les da la espalda.
- Danos todo lo que llevas encima, cabrón. Grita uno.
El hombre del abrigo no se inmuta, sin mirarles, contesta.
- Sabéis, la muerte nunca da tres oportunidades.
Amanece, y la escarcha cubre a los cadáveres de los tres jóvenes, en sus caras un rictus de estupor.
Según la autopsia, la muerte es por congelación, al parecer, el exceso de alcohol y la cocaina cortada, les hizo dormirse en mitad del camino.
Fin.
Rafa Marín