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sábado, 31 de octubre de 2020

La esperanza (relato corto)

Los dos niños, hermana y hermano, miraban por la ventana. En el piso de abajo, la reunión familiar se desenvolvía entre risas y brindis grandilocuentes.

La luna brillaba sobre un cielo despejado y frío. De repente la vieron, subida en su escoba, con su sombrero de pico y una capa que ondeaba al viento.

Más que asustarse, se miraron ilusionados.

Como si fuese una señal, la bruja, dirigió la escoba hasta la ventana y les invitó a subir, ambos lo hicieron de buen grado, incluso pensaron que sería una aventura llena de bonitas sorpresas. Se equivocaban.

Al principio fue divertido, sobrevolaban los techos grises de pizarra de las casas del pueblo en círculos cada ver más amplios, hasta que de pronto, la bruja enfiló su vuelo hasta lo más profundo del bosque. Los hermanos quisieron protestar, pero un sopor les invadió y se quedaron dormidos.

Despertaron a la vez, sobresaltados y asustados. Estaban encerrados en una gran jaula, en aquel oscuro y siniestro habitáculo, lleno de estanterías con tarros y una chimenea en la que ardía sin brillo una pequeña fogata. 

Sintieron frío y hambre, pero estaban solos. De la bruja ni había ni rastro, salvo por la escoba, la cual descansaba en un rincón.

Todo parecía húmedo y sucio y por vez primera, pensaron en su suerte.

El hambre, la sed y el miedo, pronto hizo presa en ellos, no tenían ni idea del tiempo transcurrido, pero el rugir de sus estómagos vacíos y la sed, les impedían pensar en alguna forma de escapar.

Él, algo mayor que su hermana, intentó consolarla con palabras cariñosas, pero la niña lloraba inconsolable, tanto que una mirada de reproche se le pintó en la cara.

Convencidos ya de su triste final, se tumbaron en el suelo y esperaron, sin nada que esperar.

El cansancio y el frío les mantuvo en un soez duermevela repleto de malos pensamientos.

Por fin se abrió una puerta y un raudal de luz, llenó aquella nauseabunda estancia.

Entró una joven, guapa y de mirada altiva, los miró y con extrema delicadeza, les informó de que ahora eran propiedad de Morgana, una bruja malvada y cruel. Luego les alcanzó un cazo con agua y un poco de pan mohoso de sabor repugnante.

Les dijo que Morgana era tan vieja como la humanidad, sólo decirles que no me recrearé en la vida de abusos y violencia que les esperaba; al fin y al cabo la mente humana es la única capaz de imaginar el infierno. Pero cada vez que los chicos eran devueltos a aquella jaula, la joven hermosa aparecía con agua y alimentos. 

Pasó el tiempo y una de esas veces en las que ellos no estaban emocionalmente muertos, la hermana le preguntó.

- Sabemos que la bruja se llama Morgana. Pero y tú, ¿cómo te llamas tú?

A lo que la joven respondió.

- Mi nombre es Esperanza.

 

Fin

 

Rafa Marín


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