La mañana estaba espléndida, lucía un sol primaveral y desde la ventana
veía una loma verde, salpicada por una miríada de flores y su color.
Dejó sobre la mesa el lápiz y las gafas, tomó el bastón y como si de un
adolescente se tratara, se encaminó hacia el jardín trasero.
Por un instante, todo se volvió negro, pero fue sólo un instante.
Se sintió bañado por la luz del sol, dejó caer el bastón y con seguros y
vivaces pasos, avanzó hasta las sábanas tendidas en el cordel. Enseguida
descubrió su sombra tras las telas blancoazuladas.
Se sentía feliz.
La oía cantar y sonriendo la llamó.
- ¿María, eres tú?
La mujer elevó el volumen de su canto, como si adivinaste que había un
espectador.
José, detuvo su caminar, quería escuchar la maravillosa voz de María.
La mujer mientras iba llenando los cordeles paralelos con las grandes
sabanas, se alejaba de José y con ella su voz.
José, miró la loma y sus flores.
- ¿Que mejor presente, que un ramo de flores silvestres? Pensó.
Llegó a la loma, sintió la paz en su cara, cuando la brisa le envolvió.
Allí a un centenar de metros, seguía la sombra de María tendiendo. No podía
ser más feliz, en su mirada estaba ella y en sus manos un ramillete de flores
amarillas, púrpuras, rojas y blancas.
Se dijo a mismo, es hora de volver y otra vez, por un instante todo se hizo
oscuridad.
La luz volvió casi de inmediato y a su alrededor, tres o cuatro rostros de
miradas intensas, se afanaban sobre él.
La oscuridad volvió, esta vez para quedarse, pero José no lo notó. Su
mano se aferró a la de María y juntos avanzaron hacia el atardecer.
Fin
Rafa Marín
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