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domingo, 17 de marzo de 2019

La navegante ( relato corto)

Se tenía por un gran capitán. Había cruzado mares tormentosos y océanos insondables. Hasta a los 40 rugientes, había doblegado y puesto nombre. Era un navegante audaz y solitario.
Al iniciar la nueva travesía, miró condescendientemente al mar calmado y brillante.
Se había echado a la mar sin aspavientos, cual nube callada que cruza el cielo, apenas una mancha que poco a poco se pierde a lo lejos.
Con el atardecer, a su mente vinieron como si fueran algo más que recuerdos, aquellos relatos de antiguos marinos: el fatal vórtice, el terror del kraken y el sensual canto de las sirenas con su perdición. Sonrió y del pecho dejó escapar un suspiro, tan profundo como el océano que ahora navegaba.
El transcurso de días y noches, no fueron más que horas de soledad y un cuaderno de bitácora, en el que anotaba pensamientos más que novedades.
Quizás sobre el día veinteavo, justo antes de que el sol por Levante iniciara su orto, vio o creyó ver, unas luces por poniente; pensó que quizás fueran un juego de reflejos o una imagen por sus ojos inventadas, pero anotó la hora y la sensación que le despertó este hecho.
Seguían pasando los días con sus noches y la escena de las luminarias se repitió otra vez. Ahora, de forma nítida y duradera, esa noche, según el GPS, cruzaba el Ecuador. El océano se mantenía sereno y una calma chicha arrugó el volumen.
Esperó en cubierta y desde esa soledad que le regalaba la inmensidad de la nada, miró al cielo.
La bóveda celeste se mostraba con todo su esplendor, miríadas de estrellas titilantes y de repente, la luna que comienza a ascender en su punto vernal, quedó extasiado. Pon un instante, no existían: ni soledad, ni mares, ni tan siquiera la propia vida.
Despertó al sentir sobre su cara el contacto del agua fría, por un instante se sintió perdido y manoteó buscando a donde asirse, la dulzura de una voz lo calmó.
Ante él, una mujer de grandes ojos verdes, le mostraba una sonrisa.
- ¿Dónde estoy? Preguntó
- En la nave Explorer.
- No entiendo. Repuso el navegante.
- Verás, dijo la mujer, llevo siglos buscándote.
- ¿Por qué tanto tiempo?
- Porque necesitaba un igual.
- ¿Pero...quién eres?
- Yo soy, la navegante.
Fin
Rafa Marín

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