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domingo, 12 de diciembre de 2021

The sacoman (relato corto)

La tarde avanzaba y calle abajo apareció al torcer aquella ventosa primera esquina. La acera siempre en pronunciado ascenso, de poco en poco, aligerada el esfuerzo con una plataforma llana y unos escalones al final de la misma. Era en esos rellanos, donde se reunían cada tarde comadres, niños y niñas al fresco de una tarde que cada día se hacía de rogar.
Las primeras, entre agujas de lana, preparaban prendas para el próximo otoño, mientras las criaturas jugaban al trompo, la cuerda o cualquier infantil ocurrencia.
Pronto, aquel aparecido llamó la atención de todos con su voluminosa y ensangrentada carga.
Los "virgen santisima", presignaciones y alguna mirada torva, tomaron por Diana a aquel flaco personaje que bajo el saco ascendía con temblorosos pasos.
El hedor de la carga era tal que a su paso, se iba vaciando la calle.
Los niños y niñas, asustados corrieron a sus casas gritando.
- El hombre del saco, el hombre del saco.
Tal fue el griterío, que por la última esquina, allá arriba, donde la empinada cuesta, cortaba con una vía principal, de dejaron ver, 3 ó 4 hombres, que entre codazos y sonrisas de apaño, decidieron esperar al pobre que cargaba aquella matanza dentro de un saco de arpillera, tintado de rojo sangre y el zumbido de mil moscas.
Afanado es su ascenso, el costalero, ni atendía a los insultos, ni a las amenazas, él sólo tenía fuerzas para la titánica ascensión y poco más.
Por fin, superado el supremo acto, y ya junto a los hombretones del final de la cuesta, se liberó con un gesto de la carga y los miró.
Era una de esas miradas ausentes de toda emoción, como si uno se asomase a un pozo profundo en una noche sin luna.
Uno de los hombres, mirando al resto, y con ostensible desprecio, le preguntó.
- ¿Qué llevas en el saco, comemierda?
El personaje, sin decir ni una sola palabra, hizo aparecer un machete en su mano derecha y con un gesto relampagueante, destripó al que había hablado y al de su izquierda.
Los otros dos, cayeron al suelo y entre sollozos suplicaron por su vida.
El ser, mirándolos, abrió el saco, para mostrarles su contenido.
En su interio se mezclaban visceras humanas a medio pudrir y cientos o quizás miles de apestoso almas.
Miró entonces a la calle que empezaba a llenarse con una muchedumbre, entre temerosa y exigente de justicia.
Nuestro siniestro personaje, los miró y tras una larga carcajada, dijo voy voz tronante.
- Gentes de Nogales, ¡HUID! Yo soy el sacoman, el que carga con las almas de los malvados.
Estuve preso en los infiernos, pero las Tzitzimime me han liberado porque tienen hambre.

Fin
Rafa Marín 

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