Extraño su abrazo húmedo,
la quietud de su alma resignada,
perderme en esa cálida mirada,
entregada a sus días únicos.
Sus manos de nácar perladas,
sus sueños, si quizás los tuvo,
porque en esos caminos anduvo,
como una pobre niña descalza.
Rafa Marín
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