Sobre la
tierra baldía quedaron rotos,
sentimientos
que derribó el tiempo,
como hirientes
vidrios sus trozos.
Del desierto
fue manantial sereno.
Agua maldita
de este maldito pozo,
siempre en la
boca su sabor a cieno,
nada más que
gritos de un loco.
Atardeceres
bajo eternas brumas,
húmedas
espaldas sin los gozos,
sudor que
surge del miedo eterno,
oscuridad de
miradas sin ojos.
Bocas calladas,
muertos silencios,
almas clamando
entre los despojos.
No fue la
mayor mentira dicha,
la creyeron
hasta los tontos.
De esas
juventudes aniquiladas,
tratan los
libros tintos de rojo,
sangre
derramada para enaltecer,
esta patria
maldita en la que moro.
Rafa Marín
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