Busco el momento oportuno, en silencio escucho, con esa expectación que me produce mi ansiedad. La calma es total, solo el murmullo somnoliento de lejano mar se deja sentir. Como si su lejanía fuera el presagio de otro naufragio al que saquear, allí, olvidados los muertos, las linternas se mueven ávidas de tesoros.
No sé por qué lo hago, pero hay noches, en las que entrego mi insomnio a la cruel conciencia.
- Es sólo la ley del mar, me reprobo, como queriendo ocultar que abandonamos a su suerte a los heridos, cuando no los ahogamos con tal de poder hacernos con alguna joya que portan.
Poco a poco, el amanecer acierta a llegar, descubriendo el reluciente espejo, en el que se ha convertido el mar sin olas.
Pronto una tormenta llegará y con ella, el cargamento de un mercante atraído por la falsa seguridad de un faro timado y soez.
El otoño avanza y aún no hemos tenido ninguna presa. Mientras medramos a la espera del infortunio de otros, las cada vez más largas noches se llenan de humo de tabaco de Virginia, ron de Haití y aceite de Grecia. La vida es fácil cuando son otros los que la pagan.
Hará cuatro noches, un velero se acercó peligrosamente a la costa, algunos ante el abatimiento que supone la falta de tormentas, apostó por desarrollarlo con una descarga de los cañones, pero el miedo a no acertar y que el barco escapase para informar, contuvo a los corazones de la traición.
Pero como siempre, dios proveyó, los cielos se oscureciendo y la tarde rompió en rayos y truenos. La borrasca iba a ser grande y duradera, el pueblo renació entre la ilusión por el botín que se avecinaba y el hecho indudable de la maldad que poseía a aquellas almas. Pues todos sabían que con los productos viajaban personas.
La fortuna no se hizo esperar y a la madrugada, bajo la luz de los relámpagos, se divisó una goleta medio desarbolada.
Encendieron el falso faro que guiaba hasta los escollos donde el barco encallaría y dejaría su interior al descubierto, como una gran ballena despanzurrada tras comer.
Como si el dios Poseidon hubiera decidido intervenir, el barco, se detuvo, al igual que la tormenta, la luna llena apareció e iluminó a toda la población preparada en la orilla.
Mientras tanto, en el bajel, un capitán con rostro aniñado, ordenaba que se levantaran las escotas y se abriera fuego contra las gentes de la playa.
Fin
Rafa Marín.