Vendo al diablo mi alma,
en infinitos cuadernos.
Hojas de un cerezo,
que en sombras se disfraza.
Vendo mi voz quebrada
y esa resma de mis adentros,
que ya dejó de ser blanca.
Vendo yunque, vendo martillo
y esta incendiada fragua.
Vendo hasta el más puro silencio,
que renegó de ser palabra.
Rafa Marín
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