Se hunden sus huesos malditos,
en esa negrura que es la espera,
ya se blanqueó su fría calavera,
nadie le recuerda, se volvió olvido.
Fruto de su miedo fue la guerra,
una muerte que corrió entre olivos.
Hasta de los hermanos fue testigo,
odio que trajo de las cálidas arenas.
No quiso darse por aludido,
aquel que rompió su alta promesa,
proteger con su sangre, ¡lo dijo!
pero su traición fue la más artera.
Que no hablen de él los bellos libros,
que se borren de su nombre las letras.
Nadie pronuncie jamás al asesino,
que destierren de esta buena tierra,
su estirpe y a todo el que lo quiera.
Rafa Marín
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