Cádiz. Una mañana cualquiera, de un año cualquiera, en la Casa del Almirante.
Salió del apartamento, uniformado, de tras, la chica se apresuraba en silencio.
Jerry, levantó la cabeza y vio a Emilio. Se quedaron mirando. El vecino, alto y delgado, aparentaba ser algo mayor que él.
Bajo el batín, Lucía un pijama amplio de colores chillones.
Con una amplia sonrisa, se puso en pie y mientras sostenía una taza de té con la mano derecha, simuló un saludo militar con la izquierda.
Luego, señalando la mesa, les invitó a compartir el desayuno.
Jerry, se giró hacia la chica que esperaba, miró el reloj y la chica asintió feliz.
El vecino, salió de la terraza interior y abrió la puerta de su casa.
Le ofreció la mano a la vez que decía.
- Hola, soy Emilio.
- Encantado, Emilio, yo soy Jerry y ella es mi amiga Virginia.
Se adentraron en la Casa y en el amplio salón, dos mujeres dormían abrazadas en un sofá de tela rojo sangre; estaban desnudas y parecían felices en su sueño.
Ellas, dijo Emilio señalando con la cabeza, son Concha y Concha, viven en los apartamentos bajo el tuyo.
Una vez sentados y mientras tomaban el té, Jerry, explicó la suerte que había tenido al encontrar ese apartamento.
Todo gracias a Virginia, dijo con una amplia sonrisa.
Jerry, pasaba largas temporadas ausente y Emilio por alguna razón sentía la necesidad de saber más de él.
Por fin, una tarde, tras una ausencia de 6 meses, Jerry, asomó por Melrose Place, que era como se conocía ya a aquella terraza interior del edificio.
Emilio quedó muy impresionado al verlo. Jerry, estaba muy desmejorado, muy delgado, usaba bastón y apenas si podía caminar.
Se saludaron con la cabeza, pero Emilio, corrió hasta él. Y como pudo lo ayudó a subir hasta el apartamento.
Dentro todo estaba perfectamente ordenado y limpio, Jerry se sorprendió un poco, pero Emilio, sonriendo le dijo:
- Virginia viene cada semana y entre los dos, quitamos el polvo. Por cierto, te tomé prestados unos libros.
Jerry lo miró con ternura, una lágrima resbaló por su mejillas y sin decir más, rompió a llorar como un pobre niño abandonado.
Emilio, lo dejó desahogarse, salió en silencio y volvió a su casa y a sus Conchas.
Emilio, del que nada sabemos, era actor. Uno de esos famosos actores, que llenan teatros, cines y calles.
Justo esa tarde, partió a rodar una nueva película y eso lo tendría ocupado unas 4 semanas.
Era bien entrada la noche cuando Emilio se asomó a la terraza, estaba iluminada con farolillos, las dos Conchas y Virginia, bailaban para Jerry, que sentado, reía a carcajadas.
Al ver a Emilio, se apresuraron a recibirle y Jerry, visiblemente mejorado, se puso en pie y se acerco y se dieron un gran abrazo.
Las chicas aplaudieron y una gritó:
- ¡Fiesta!
Licores, drogas, sexo, todo corrió como un torrente desbordado. Esa noche, dios y el diablo lo pusieron todo de su parte.
Al día siguiente cada cual se fue a su casa, excepto Virginia que se quedó con Emilio.
Pasaron un par de días y Jerry llamó a la puerta de Emilio, al abrir, Emilio se sorprendió al ver que su vecino tenía una gran cesta de mimbre y madera en las manos.
Jerry le espetó.
- ¿Tienes coche?
- Si, claro. Contesto Emilio.
- Vamos pues, dijo Jerry sonriendo.
Emilio condujo hasta las calas de Roche, durante el camino no hablaron, simplemente oyeron música.
Se miraban de forma furtiva o desentonaban con algún estribillo.
El aparcamiento estaba vacío, salieron del coche y Emilio esperó a que Jerry le guiará.
Bajaron por una escalinata de madera que salvaba los 10 metros del acantilado. Al fondo de la cala había un trozo de arena seca a la que la marea no alcanzaba a rozar.
Jerry desplegó una amplia manta y sobre ella puso dos copas, una botella de vino y algunas fiambrera con comida.
Emilio, sonreía expectante, saboreando de ante mano lo que ya imaginaba que pasaría.
Se sentaron y disfrutaron de la comida y la bebida, de las miradas y de ese amor que se tenían.
Jerry se acercó a Emilio, acarició su mejilla y la besó.
Emilio quiso devolver el gesto, pero Jerry, apoyando su mano en la boca de Emilio, repuso.
- Querido amigo, te amo, pero no como tú necesitas.
Emilio, un poco triste sonrió y levantó la copa de vino.
- ¿Hermanos? Preguntó.
- Por la amistad, dijo Jerry.
Continuaron hablando y riendo, luego se bañaron desnudos en el mar.
Al atardecer, cuando ya volvían, Jerry dijo con voz pastosa.
- Sabes, en unos días he de irme otra vez, no sé cuándo volveré, si ocurre algo, he pedido que te informen.
- Emilio, dejo escapar una lágrima pero no dijo nada.
Jerry, se marchó una madrugada.
Los días pasaban y Emilio, aceptaba los trabajos como actor. Se veía con Virginia y las dos Conchas, decidieron vivir juntas. Otra Mujer ocupó el apartamento que una de ellas había abandonado. Pero el tiempo pasaba y Jerry no volvía.
Emilio, gracias a la confesión de Jerry, permanecía tranquilo. Mientras no llegarán noticias, era una buena noticia.
Lo que Emilio nunca supo, es que Jerry no pidió que le notificarán nada.
Jerry, murió en acción a los 10 días de dejar la casa.
Mientras, la terraza de la casa del Almirante, siguió con sus fiestas y sus líos.
Emilio, pasado un tiempo, se mudó a Madrid, y aunque nunca olvidó a Jerry, el tiempo le alivió esa ausencia que hacía mucho sospechaba, nunca se acabaría.
Fin
Rafa Marín