Vistas de página en total

sábado, 13 de junio de 2020

La herencia (relato corto)

Escribo esta carta, esperando que mis impresiones en ella sean testigos de los hechos que creo voy a padecer.

Llevo 3 noches sin dormir, aunque aún no ha sucedido nada, cada vez noto más la presencia del ser. A veces creo que me estoy volviendo loco, pero será mejor ir al inicio.

Todo comenzó hace unos tres años, cuando sonó el teléfono móvil. Fue algo inesperado y al principio, creí que la fortuna me había sonreído.

Como decía, el teléfono sonó, justo al salir del edificio de oficinas donde acababa de ser despedido.

Un tal señor López, me notificaba el repentino fallecimiento de un tío lejano, el tío André, al que apenas recordaba. El tío André, me había nombrado su único heredero. Según decía mi madre, siempre fue un aventurero con mucha suerte y con una gran fortuna. El tal señor López, me dio la dirección de una oficina, en la cual, un notario me haría entrega de una cantidad importante de dinero, un billete de avión y unos documentos. 

Debía viajar hasta un pequeño pueblo perdido en las montañas de la cornisa cantábrica y una vez allí, firmaría como heredero, recibiendo la gran fortuna y posesiones del tío André. El viaje desde Barcelona a Oviedo, se hizo apacible, asiento en clase VIP y chófer a la llegada. El conductor del lujoso mercedes, un hombre recio, de pelo cano y aspecto impoluto. Lamentó el fallecimiento de mi tío y me puso al día sobre el sitio al que nos dirigíamos. Al parecer, la enorme mansión, así la describió, la mandó construir 10 años atrás, tras regresar de un viaje por los Andes, donde al parecer encontró una mina rica en esmeraldas y otras piedras preciosas.

El viaje hasta la mansión duró más de lo que esperaba y Antón, así se llamaba el chófer, hizo una parada para tomar un bocado y descansar.

Tras la parada, tomamos una carretera comarcal, estrecha y mal señalizada, que serpenteando entre añosos árboles, se iba adentrando en las montañas. Era otoño y la noche nos alcanzó justo a la altura de una verja de hierro, que se abrió ante nosotros con un tenue chasquido.

El camino de graba bordeado de robles, se abría recto y dejaba ver la colosal construcción a unos 3 km de distancia. Estaba completamente iluminada, pues se esperaba mi llegada.

Me sentía halagado y al ver alineados en el porche al personal de servicio, casi un rey. Después de la vida que había llevado, viviendo en un pequeño piso en un barrio pobre de las afueras de Barcelona, aquel momento me pareció sublime.

Lo primero que me llamó la atención fueron los tres hombres armados y los tres mastines, luego supe que ellos sólo guardaban la casa, por la finca se movían 3 equipos de 4 guardas cada uno que se repartían a modo de patrullas todo el perímetro de la finca.

Estaba tan emocionado que apenas recordé los nombres y funciones de cada una de las personas, excepto el de Antonia, una mujer adusta y de casi 50 años, el ama de llaves y encargada tanto del servicio como de la seguridad.

Ella, me acompañó a una habitación, de invitados. Pues aún no era el dueño legítimo de aquella fortuna.

Cené solo y después me fui a dormir a la habitación de invitados, que era casi tan grande como el piso en el que había vivido los últimos años.

A las 9 en punto de la mañana me despertó Julio, el iba a ser desde ese momento mi secretario y mi único amigo, me cautivó su mirada limpia y su sonrisa franca.

Tras el desayuno fui informado de que el funeral sería a las 12, aunque el tío André había sido ya incinerado, dejo ordenes al respecto.

Tras el rito, al que asistieron personas desconocidas hasta entonces por mí, se presentó el Señor Lopez.

Encargó a Antonia que preparara un almuerzo de trabajo en el despacho, así no necesitaríamos abandonar la reunión que aseguró sería larga y tediosa. 

Fui informado de las posesiones y estado actual de las finanzas. Participaciones en explotaciones mineras, cuentas corrientes y posesiones, distribuidas a lo largo y ancho del mundo. Firmé documentos, y tras varias horas de intenso trabajo, llegué a una conclusión.  Era posiblemente el hombre más rico del mundo.

Una vez fui puesto al día, llegaron las condiciones, esperé muchas y arduas, pero no fue así. Sólo había una.

Todos estaba a mi disposición y era libre de hacer lo que quisiera con una excepción, en ese momento el señor López me entrego un sobre y su tarjeta.

- Llámame cuando esté listo, dijo levantándose y saliendo.

La carta decía esto:

Querido muchacho, hay una pequeña mina junto a (omito el nombre). Deberás explotarla tú solo, al menos durante 3 meses al año. Nadie, nadie deberá conocer su existencia y cada gema que obtengas será depositada en la cripta, junto a mis cenizas.

Pasé unos días en la finca, pensando y decidiendo que hacer. Tenía ganas de montar la mayor fiesta posible para mis amigos, pero descubrí que no tenía amigos.

Hablé mucho con Antonia y con Julio, y tras un par de semanas llamé a López. 

Le comuniqué que él sería el administrador y que Julio sería mi único secretario. También mi intención de recorrer las posesiones y que durante 3 meses al año estaría en paradero desconocido.

Disponía de un jet y varios helicópteros, todos con su tripulación y siempre listos para ser usados. Tras 2 meses de viajes y de conocer gente, decidí ir a buscar la mina.

Ni siquiera Julio supo a donde iba y aquí comenzó mi mayor aventura.

 

Fin de la primera parte

Rafa Marín 


No hay comentarios:

Publicar un comentario