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martes, 30 de junio de 2020
Arroyo
Tus deseos
Ojos y miradas
lunes, 29 de junio de 2020
calurosa la tarde
lunes, 15 de junio de 2020
La herencia 2 (relato corto)
Segunda parte del relato.
Con la mayor discreción de la que fui capaz, me dirigí a la susodicha mina.
Tras viajar primero en avión, realizando escalas por todo el mundo, con el
único fin de borrar mis huella, acabé por dar un rodeo de miles de kilómetros.
Aún y así, el último tramo lo hice en un automóvil que compré en un
concesionario de vehículos de segunda mano.
Fue un viaje de cinco días y cinco noches, transitando siempre por
carreteras de mala muerte, todo por el afán de no ser detectado.
Al llegar a tan misterioso lugar, bueno, la verdad es que me sentí
decepcionado. La mina, no era más que un polvoriento agujero, eso si, muy bien
disimulado en un lugar ya de por sí, alejado y discreto.
Después de tanto afán y kilómetros, no me quedó más opción que adentrarme
en sus misterios y explorarla. La galería principal y única, estaba muy bien
entarimada, el tío André, fue meticuloso en eso y yo se lo agradecí con una
suspiro de alivio.
Encendí una pequeña linterna y avancé hacia el interior de lo desconocido.
No habría caminado mas de cien metros, cuando me llevé la primera sorpresa. En
un lateral de la galería vi una puerta, por supuesto cerrada, pero que se abrió
al primer intento de forzarla.
Dentro de la sala que cerraba la desvencijada puerta encontré todo lo
necesario para subsistir por algún tiempo, además de picos, palas, carretillas,
cedazos y bujías para iluminar la mina. También encontré un arcón de madera
semioculto entre la comida enlatada. Al abrirla, una sorpresa más, en su
interior una canana con dos revólveres y munición. Ahora estaba intrigado, así
que tras comprobar las armas, me ajusté la canana y tomando pico y pala, las
coloqué en una carretilla, encendí una de las bujías y me adentré bajo la
montaña esperando nuevas sorpresas.
Caminé durante mucho rato, no sé cuanto, pero me pareció que varias horas,
hasta que la tenue luz iluminó el final de la galería. Levanté la lámpara y
quedé paralizado por el asombro. Entre las rocas y tierra se destaparon a la
luz los brillos de las piedras preciosas. Los colores verde, amarillo, azul,
rojo o simplemente brillantes decoraban aquella pared.
Comencé a picar con cuidado y pronto perdí toda noción del tiempo. Por fin,
la imposibilidad de levantar el pico me hizo parar. Desde la última vez que
había mirado el reloj antes de entrar en la mina, habían pasado 15 horas. Con
más de 30 gemas en mi poder, decidí volver a la sala más eufórico que cansado.
Abrí una lata de comida y comí con apetito voraz, luego me quedé dormido.
dormía poco y mal, cada vez más pendiente de los posibles intrusos que
pudieran venir a robarme mi tesoro, cada eran más constantes mis paradas para
intentar oír los pasos de alguien que se aproximara y los ratos de sueño se
convirtieron en un duerme vela agotador. Así entre la retirada de escombros,
entarimado de la galería y obtención de tesoros, pasaron los días, las semana y
los dos meses. Me di cuenta que transportar las piedras sin llamar la atención
iba a ser un problema.
Dediqué horas a planear un sistema seguro para el transporte de las
riquezas, ya que para que no se supiera de donde había obtenido las piedras,
debía poner cierta distancia entre la mina y el posible lugar de embarque para
el regreso. Mi última semana en la mina consistió en trabajos para disimular la
entrada, esparcir los escombros y rebuscar entre estos cualquier gema que
pudiese haber pasado por alto. Una vez satisfecho, tomé la carretera para
volver a la odisea del regreso.
Me dirigí a la frontera, con más preocupación que prisa, hasta que una vez
en el puesto fronterizo vi al agente. Le deje caer un par de billetes de cien $
y automáticamente desapareció el interés del agente por el vehículo, por mí y
por cualquier contenido del maletero.
Poco a poco gané en confianza y así llegué al puerto donde contratar un
contenedor y enviarlo a algún país desde el que poder mandarlo a otro y luego a
otro, hasta hacer desaparecer cualquier pista de su procedencia.
Yo utilicé la misma técnica que usé para llegar y tras dejar atrás muchas
fronteras y aeropuertos, llamé a Julio. Le indiqué que estaba en Panamá y que
mandara un jet a buscarme.
Una vez en la finca vi las caras de asombro y preocupación de todos, mi
aspecto era el de una persona literalmente deshecha, estaba demacrado.
Me dediqué a dejar pasar los días y a recuperar la salud que había perdido
y así varios meses después, me notificaron la llegada del contenedor.
Este estaba cargado con muebles y cachivaches que se habían ido añadiendo a
la vez que pasaba por los tránsitos portuarios, era imposible que nadie supiera
su procedencia original y yo, destruí la documentación nada más la tuve en mi
poder.
Guardé en la caja fuerte el tesoro que tanto me había costado conseguir,
excepto dos diamantes de regular tamaño que regalé a Antonia y un par de
berilos y un rubí que reserve para Julio.
Tras separar las esmeraldas, el resto de joyas se quedó a buen recaudo.
Una noche, en la que sólo quedaron en la finca los agentes de seguridad,
tomé las esmeraldas y bajé a la cripta, donde hice el ritual colocando las
esmeraldas en torno a la urna con las cenizas del tío André.
Me dedique entonces a disfrutar de la herencia, viajé y descubrí un mundo
muy distinto al que conocía. Goce de los placeres y de las más hermosas
mujeres, pero en mi cabeza sólo había un anhelo, volver a la mina.
El tiempo fue pasando y yo conforme se acercaba el día del regreso, fuy
preparando la expedición. La reposición de la comida, unas mejoras en cuanto al
confort del habitáculo y mejor y más eficiente tecnología.
Los días pasaban lentos y en mi mirada se empezaba a notar la
desesperación.
Por fin tras la larga espera y con todo dispuesto para la vuelta, llegó el
día.
fin de la segunda parte.
Rafa Marín
domingo, 14 de junio de 2020
Espera
mecido por la brisa que ya llega.
Sueña una madre conn sus hijos,
quizá quiera la suerte que los vea.
Allí, donde el mar golpea,
donde las playas son sangrientas,
se dibuja en los ojos el infinito,
porque la parca lo besa.
La maldad gobierna esos sitios,
que grises se volvieron marea,
teñidos de brutales sacrificios,
sus voces guturales airean.
Y la madre aún en su soledad espera,
que en la guerra no los hagan añicos.
Rafa Marín
sábado, 13 de junio de 2020
La herencia (relato corto)
Escribo esta
carta, esperando que mis impresiones en ella sean testigos de los hechos que
creo voy a padecer.
Llevo 3
noches sin dormir, aunque aún no ha sucedido nada, cada vez noto más la
presencia del ser. A veces creo que me estoy volviendo loco, pero será mejor ir
al inicio.
Todo comenzó
hace unos tres años, cuando sonó el teléfono móvil. Fue algo inesperado y al
principio, creí que la fortuna me había sonreído.
Como decía,
el teléfono sonó, justo al salir del edificio de oficinas donde acababa de ser
despedido.
Un tal señor
López, me notificaba el repentino fallecimiento de un tío lejano, el tío André,
al que apenas recordaba. El tío André, me había nombrado su único heredero.
Según decía mi madre, siempre fue un aventurero con mucha suerte y con una gran
fortuna. El tal señor López, me dio la dirección de una oficina, en la cual, un
notario me haría entrega de una cantidad importante de dinero, un billete de
avión y unos documentos.
Debía viajar
hasta un pequeño pueblo perdido en las montañas de la cornisa cantábrica y una
vez allí, firmaría como heredero, recibiendo la gran fortuna y posesiones del
tío André. El viaje desde Barcelona a Oviedo, se hizo apacible, asiento en
clase VIP y chófer a la llegada. El conductor del lujoso mercedes, un hombre
recio, de pelo cano y aspecto impoluto. Lamentó el fallecimiento de mi tío y me
puso al día sobre el sitio al que nos dirigíamos. Al parecer, la enorme
mansión, así la describió, la mandó construir 10 años atrás, tras regresar de
un viaje por los Andes, donde al parecer encontró una mina rica en esmeraldas y
otras piedras preciosas.
El viaje
hasta la mansión duró más de lo que esperaba y Antón, así se llamaba el chófer,
hizo una parada para tomar un bocado y descansar.
Tras la
parada, tomamos una carretera comarcal, estrecha y mal señalizada, que
serpenteando entre añosos árboles, se iba adentrando en las montañas. Era otoño
y la noche nos alcanzó justo a la altura de una verja de hierro, que se abrió
ante nosotros con un tenue chasquido.
El camino de
graba bordeado de robles, se abría recto y dejaba ver la colosal construcción a
unos 3 km de distancia. Estaba completamente iluminada, pues se esperaba mi
llegada.
Me sentía
halagado y al ver alineados en el porche al personal de servicio, casi un rey.
Después de la vida que había llevado, viviendo en un pequeño piso en un barrio
pobre de las afueras de Barcelona, aquel momento me pareció sublime.
Lo primero
que me llamó la atención fueron los tres hombres armados y los tres mastines,
luego supe que ellos sólo guardaban la casa, por la finca se movían 3 equipos
de 4 guardas cada uno que se repartían a modo de patrullas todo el perímetro de
la finca.
Estaba tan
emocionado que apenas recordé los nombres y funciones de cada una de las
personas, excepto el de Antonia, una mujer adusta y de casi 50 años, el ama de
llaves y encargada tanto del servicio como de la seguridad.
Ella, me
acompañó a una habitación, de invitados. Pues aún no era el dueño legítimo de
aquella fortuna.
Cené solo y
después me fui a dormir a la habitación de invitados, que era casi tan grande
como el piso en el que había vivido los últimos años.
A las 9 en
punto de la mañana me despertó Julio, el iba a ser desde ese momento mi
secretario y mi único amigo, me cautivó su mirada limpia y su sonrisa franca.
Tras el
desayuno fui informado de que el funeral sería a las 12, aunque el tío André
había sido ya incinerado, dejo ordenes al respecto.
Tras el
rito, al que asistieron personas desconocidas hasta entonces por mí, se
presentó el Señor Lopez.
Encargó a
Antonia que preparara un almuerzo de trabajo en el despacho, así no
necesitaríamos abandonar la reunión que aseguró sería larga y tediosa.
Fui
informado de las posesiones y estado actual de las finanzas. Participaciones en
explotaciones mineras, cuentas corrientes y posesiones, distribuidas a lo largo
y ancho del mundo. Firmé documentos, y tras varias horas de intenso trabajo,
llegué a una conclusión. Era posiblemente el hombre más rico del mundo.
Una vez fui
puesto al día, llegaron las condiciones, esperé muchas y arduas, pero no fue
así. Sólo había una.
Todos estaba
a mi disposición y era libre de hacer lo que quisiera con una excepción, en ese
momento el señor López me entrego un sobre y su tarjeta.
- Llámame
cuando esté listo, dijo levantándose y saliendo.
La carta
decía esto:
Querido
muchacho, hay una pequeña mina junto a (omito el nombre). Deberás explotarla tú
solo, al menos durante 3 meses al año. Nadie, nadie deberá conocer su
existencia y cada gema que obtengas será depositada en la cripta, junto a mis
cenizas.
Pasé unos días
en la finca, pensando y decidiendo que hacer. Tenía ganas de montar la mayor
fiesta posible para mis amigos, pero descubrí que no tenía amigos.
Hablé mucho
con Antonia y con Julio, y tras un par de semanas llamé a López.
Le comuniqué
que él sería el administrador y que Julio sería mi único secretario. También mi
intención de recorrer las posesiones y que durante 3 meses al año estaría en
paradero desconocido.
Disponía de
un jet y varios helicópteros, todos con su tripulación y siempre listos para
ser usados. Tras 2 meses de viajes y de conocer gente, decidí ir a buscar la
mina.
Ni siquiera
Julio supo a donde iba y aquí comenzó mi mayor aventura.
Fin de la
primera parte
Rafa
Marín