Despertó gritando, o al menos eso creyó, que había despertado. La habitación a oscuras, olía a sudor, a excrementos y humedad y a miedo. Sentía que su cuerpo no le pertenecía. En aquella oscuridad, se sintió solo, como sólo puede sentirse el reo en la cámara de gas.
Se oían golpes metálicos amortiguados por los muros de su encierro.
Puertas que se abren y cierran, pensó. Las puertas del mismo infierno.
Con la creciente lucidez, volvió el dolor lacerante del costado y el de los pies y manos. Intentó moverse y tuvo que ahogar un grito.
Que no sepan que estás despierto, se dijo, porque entonces volverán.
Recordaba la cara de uno de sus captores y el susurro del otro. Recordaba el brillo del cúter y cada corte que éste hizo en su cuerpo.
Una luz cegadora inundó la celda y una risa se dejó oír fuera de su campo de visión.
- Vaya, ya ha despertado la bella durmiente.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y la patada en la espalda le rompió otra costilla.
Golpes, amenazas, insultos y dolor, cayeron sobre él como el agua helada de una cascada invernal.
No hubo preguntas, nunca las hubo, pero al ver las tenazas se echó a llorar.
- Ven, que te voy a cortar los dedos, dijo el susurro con suavidad.
Gritó llamando a su madre, una y otra vez, tantas como dedos vio caer al suelo, hasta que todo se volvió negrura y olor a heces.
Despertó y la tenue luz del cuarto le de volvió el reflejo de su mirada en aquellos ojos tristes.
- Tranquilo, mi amor, sólo es una pesadilla.
Notó la humedad de sus lágrimas resbalando por sus mejillas. Temblaba todavía cuando se levantó y encendió un cigarrillo camino de su despacho.
Compulsivamente se palpó manos y torso. Notó las viejas cicatrices y volvió a romper a llorar.
- ¿Cuando acabará?, susurro.
Se miró en el espejo y entonces pudo ver la cara de quien le susurraba en los sueños.
Fin
Rafa Marín
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