Le veo ahí, sentado y solo,
en ese eterno y soleado banco.
Con sus manos apretadas,
como si buscaran un abrazo,
ese abrazo que ya nadie le da.
Lo miro con un doloroso silencio,
tirando de mis riendas y bocado
para no invitarle a galopar.
Me decido y doy ese fatal paso...
Hola anciano, dime, ¿cómo estás?
¿Se acordó tu cabeza del ayer?
Me mira, veo tristeza nada más,
cabecea como un viejo caballo,
y con un sacro si, se echa a llorar.
Rafa Marín
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