Lo imagino en aquel olivo,
con sus glaucos ojos,
mirando una lejana estrella.
Él no quiere llorar,
aunque le duela la espalda,
tan solo se queda ahí, en esa rama,
como un pájaro a punto de volar.
Las enfurecidas voces se alejan
y con una triste sonrisa,
sueña que es capitán de una nave espacial.
Que pequeño se le ve,
pero que grande se hará.
Tanto como aquella lejana estrella,
a la que nunca va a olvidar.
Todos han perecido,
pero eso ya da igual,
la vida le acabó sonriendo,
aunque no lo acabe de aceptar.
Rafa Marín
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