Al azar este viejo, olvidado cascarón,
sin una bitácora que brújula aguarde,
me lanzo al ancho mar sin agua y sextante,
pues dejó a cuatro vientos manejar el timón.
No temo ni arrecifes ni a los corales,
pues confío con encontrar en él un atolón,
con mi ya carente falta de pulída razón,
fin que rige en su cordura a navegantes.
Para así vuelto ya un holandés errante,
ser de mil sirenas tierna carne en salazón,
en cuyo pecho palpita el negro corazón,
de quién perdió la vida entre combates.
Rafa Marín
Precioso.
ResponderEliminarMuchas gracias, Elena
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