Descolgó el teléfono, que estridente, sonaba sobre mesilla de noche.
- ¿Si?
- ¿Sabes que hora es? Le apremió una voz femenina desde el otro lado de la línea.
- ¿Tarde? Contestó socarronamente.
- No vayas de listo conmigo, tengo algo para ti. Tendría más si te dignases a usar móvil.
- Susan, ya sabes que opino de estar localizable. ¿Qué hora es? Respondió mientras encendía un cigarrillo.
- Son las 17:05.
- Vale, dame una hora y no vemos donde siempre.
Jerry, como siempre, desconfiado y precavido, nunca daba un dato utilizable. La mujer no se llamaba Susan.
Donde siempre, era un pequeño café, en una callejuela lejos del centro.
La mujer esperaba impaciente, Jerry la observó un instante y luego entró.
Pidió un café en la barra y se acercó con él hasta la mesa.
- Estás tan guapa como siempre.
La mujer sonrió y soltó un susurro que pretendía decir -zalamero-.
Él, se tomó el café y juntos salieron del bar, para envidia del chico que atendía la barra.
Ella, una mujer joven, atractiva y de movimientos felinos. Él, de aspecto engañoso, movimientos perezosos, calvo y malcarado, anodino. Alguien a quien nadie recuerda.
Subieron al automóvil y mientras ella conduce, el lee un informe.
- Nada de accidentes, dice la mujer, este tiene que ser un escarmiento. Tú ya sabes de que hablo.
- Claro. ¿Qué hizo el pobre desgraciado?
- Tú a lo tuyo.
- ¿Y esto, cuanto vale?
- Lo de siempre. Contestó la mujer.
- Bueno, si lleva mi firma vale 20 mil más.
- Mira, cabrón, (la mujer respiraba agitada), la tarifa no es negociable. O lo haces o te entierran con él.
Jerry, la miró. La mujer no reprimió el temblor de su boca, sintió miedo y deseo.
Pero no fue capaz de nada más.
- ¿Ya sabes que algún día, nos tocará matarnos, verdad?
La mujer lo miró y sonriendo, paro junto a la acera.
- Tienes una semana, Jerry. Por cierto, el día que me encarguen matarte, te haré un hombre.
- Si, claro. Como todas. Y dicho esto se apeó, alejándose calle abajo.
Unos días más tarde, toda la prensa anunciaba en primera plana el asesinato del presidente de un banco central. Algo relacionado con la mafia y un triángulo amoroso, decían.
Lo cierto es que había sido abatido por "La Organización".
El nuevo orden mundial no permitía disidentes entre sus filas.
Mes a mes, fueron asesinados gobernantes y jefes de estado, hasta que de repente todo cesó.
Las aguas volvieron a su cauce, y aunque nunca llegó a ser un diluvio, unos 30 personajes de la política y la economía mundiales, dejaron de existir.
Jerry, era muy consciente de que su final estaba cerca, así que decidió desaparecer y no ser hecho un hombre, como le habían prometido.
La isla, aunque habitada, era un trozo de tierra remoto, un punto en los atlas del Pacífico sur. Allí, entre pescadores nativos y algún que otro misterio,
cambió su nombre y se hizo olvidar.
Paseaba cada atardecer, siempre con un voluminoso libro bajo el brazo, apoyando su andar en un bastón y poco más.
Pero aquella tarde fue distinta. Caminaba sobre el entarimado al que permanecían amarrados algunos barcos de mástiles despoblados, cuando "Susan" se plantó delante de él con una pistola en la mano.
- Hola, Jerry. Le dijo sonriendo. ¿Ahora eres bibliotecario?
- Vaya, que sorpresa. Contestó. ¿Has venido a hacerme un hombre?
- ¿Qué lees?
- La Biblia, que sino.
- Pues te viene al pelo, reza lo que sepas. Le espetó la mujer torciendo el gesto.
- ¿Puedo? Preguntó Jerry alzando el libro.
- Si, como no.
Jerry agarró el libro con una mano y lo abrió al azar. De repente, un fogonazo salió de entre las páginas.
La bala de calibre 45 y punta hueca, le arrancó a la mujer la sonrisa junto con media cara.
Mientras la mujer caía al agua, Jerry subió a uno de los barcos, arrancó el motor y maniobra hacia la bocana.
Miró a la costa y sacando un teléfono móvil, contestó con un escueto "gracias" al mensaje que le advertía de la llegada de "Susan" y la intención de esta de acabar con él.
Desplegó las velas, encendió un cigarrillo y puso rumbo al horizonte y así volver a desaparecer.
Fin
Rafa Marín