Día 1
No tengo tabaco y quiero dejarlo, aunque fumo muy poco.
Me ha guiado el olor a pan recién hecho, me ha asombrado. El silencio
recorre las calles y casi diría que se oía el mar. Hasta la hierba parece más
verde.
Me he encontrado las puertas del pipican sacadas de sus goznes. Al parecer
no ha gustado que algunos podamos pasear al perro.
Los trenes pasan con regularidad, pero los andenes parecen imágenes
congeladas en el tiempo. Estoy casi convencido de que esta cuarentena nos va a
cambiar a todos. Ojalá sea para hacernos mejores, aunque solo sea a mí.
Día 2
Es lunes, me he cruzado con tres o cuatro personas, todos cabizbajos. Luna
ha gruñido a un señor que se acercaba, me ha pedido un cigarrillo, pero no
llevaba. Hoy el pipican estaba tan desierto como ayer. La perra s corrido como
si le faltara mundo, pobrecilla, está mal acostumbrada, salíamos al campo cada
día. Es curioso lo que cambia todo en un instante. An, ha de ir a trabajar, no
sabe si tendrá mascarillas y guantes, pero su trabajo es un puesto esencial. Me
mira y veo preocupación en sus ojos, le sonrío y la beso. Cuando esto pase
iremos a la playa para hacer el amor.
Me mira más triste, pero pinta una sonrisa en su cara. El niño duerme,
inocente y feliz. No sabe que saco al chucho temprano, para que el no sienta
envidia. Hoy tiene clases on-line, al menos estará distraído. Bajaré a comprar
alimentos.
Día 3
No he dormido, el crío se despertó llorando, dice que tenía una pesadilla y
no puede dormir.
Me habla del virus y pregunta si me voy a morir. Hablo con él, pero me
comenta que un médico en la tele ha dicho que es muy peligroso ir a trabajar.
No sé qué contestarle, sonrío. El médico es uno de Granada, al parecer a
montado un show entre gritos y aspavientos. Lo convenzo de que en casa estamos
a salvo, me mira y responde. Pero mamá va a trabajar y tú iras mañana, trabajas
en un sitio peligroso. Estoy desolado, mañana trabajaré y no sé si habrá EPI's.
Día 4
Llevo 4 días durmiendo 4 horas, la cabeza me zumba como un avispero y estoy
nervioso.
Luna muestra su instinto y yo la miro sorprendido, no es mi niña. Es un
sabueso y se porta como tal.
El niño está agotado y yo, no sé cómo darle ánimos. Hemos decidido ignorar
las noticias Pero claro, he de trabajar y toda la prensa nacional estará allí.
An, me siento tan halagado.
Cada día a partir de hoy estaré expuesto a la COVID-19, no temo por mí.
Pero no estoy solo y sufro.
Me gustaría tener valor para decir lo que siento.
Ser meticuloso y precavido, pero con 30 problemas en la mesa, es difícil no
llevarse las manos a la cara.
Estoy deseando hacer el amor con mi pareja, pero no va a poder ser.
Estoy aquí solo, tengo que protegerla.
Día 5
Trabajar.
Es curioso, pero la rutina de la auto protección va calando.
La frase del día:
Que pueda pasar un elefante entre vosotros dos.
Los corrillos son una tentación.
Trabajo y más trabajo, que no tengas tiempo para pensar.
La soledad del despacho, la tentación de huir. Nada de lo que haces sirve,
no sé por qué me molesto.
Me siento señalado, me preocupa más la seguridad de todos que su opinión.
Las llaves se pierden.
Adivina, es tan sencillo, aún no aprendí.
Cada vez más paranoico y más obsesivo.
Decir la verdad a quien se cree más listo.
Día 7
A la hora de tomar el tren me sentí decepcionado, había gente en la calle,
no entiendo bien por qué las personas hacen eso. Supongo que piensan que esto
no va con ellas. La valentía del personal sanitario y la temeridad egoísta de
quiénes sólo piensan en sí mismos. Los trenes están vacíos, los imagino como
serpientes hambrientas que recorren Cíbola, una tentación, sin promesas ni
paraíso.
Ese momento feliz, recorrer la decena de metros que van desde la puerta al
baño.
Como si fuera un camino a la salvación.
La felicidad de An al verme.
Día 8
El miedo me visita en forma de gente desinfectando la oficina.
No entres, hay que dejar pasar un rato.
Toma café, banaliza, que nadie sepa que estás pensando.
Pero no puedo y sigo fumando; cigarrillo tras cigarrillo, como si fuera mi
última noche.
En casa todo es distinto.
Día 9
Tras una noche de sofá y whisky, me siento cansado.
Recobro la paz aislado.
Mascarillas, guantes, cubiertos, plato, vaso hasta la soledad tiene mi
nombre.
Nunca debí de aprender a llorar.
A las 3 de la mañana siento que se tumba a mi lado.
Me toma la mano y no dice nada.
Día 10
Es ahora. Solo fue un susto, el primero de los muchos que vendrán.
Estoy feliz, porque puedo hacer los deberes con el niño, cocinar y
respirar.
Me preparo un uniforme para mañana.
Vuelve el recuerdo y me siento vulnerable.
La paz se marcha con la prisa del que huye.
Día 11
Me voy aislando poco a poco, temo contagiar a los míos.
He visto controles, demasiados viandantes y vehículos.
El tren va casi vacío, pero en Gavá, sube un grupo de veinte. Van
agrupados, como si temieran que un lobo se llevase a uno de ellos.
En casa impera la ley marcial. Lo que dice mamá, se cumple a raja tabla.
El niño empieza a desmandarse.
Llueve en los campos desiertos, me pregunto cuánto van a tardar en imponer
el confinamiento absoluto y cuánto va a durar. Vuelvo a fumar, creo que los
intentos por dejarlo son mera especulación.
Día 12
No me guío por el tiempo, sino por la necesidad de contar mi estado.
Han reducido los trenes, he reducido mi necesidad de escribir, hay una
desgana que flota como la niebla entre los montes.
Poco a poco va descendiendo el número de personas que viaja, no quiero
saber nada.
Día, no lo sé
La noche me reclama su atención, sus horas y su silencio, como si fuesen un
potro, me lanzan desbocado.
El sueño no viene, se disfraza de grito y callo.
Veo como cada cual roba a los demás, me sorprende la caridad de los
gobiernos, mientras las personas regalan pan. Hoy he reído, mi alma llora, pero
yo río. Es lo único que le puedo dar a mi hijo, fe.
La casa está llena de libros, de todos aprendí algo.
La televisión está llena de inútiles datos. Sólo nos ofrecen la miseria de
gentes sin conciencia.
La mitad de lo que me resta de vida por Verla envejecer.
Me mira y me besa.
Me siento un privilegiado, tenerla cerca da sentido a lo que hago cada día.
Hubo un tiempo de oscuridad y muerte, pero no va a volver.
Quiero que todo pase, que todo acabe bien, pero no está en mi mano.
Reconozco que banalice con esta pandemia.
Día, otro más
Me preguntaron si tenía miedo. Respondí que no.
La suerte de la vida está en nuestras acciones.
¿Se pueden perdonar mil acciones de maldad?
No lo sé, pero me costó toda una vida redimirme.
No sé qué sentido tiene todo esto que escribo. Sólo sé, que no puedo
dormir.
Día 21
Es tarde, pero estas dos últimas horas han merecido la pena. Reencontrar la
paz y la fe en nuestro todo es gratificante.
Reconozco que nunca seré el mismo, he vuelto a ver la maldad en aquellos
que creí alejados.
Un pensamiento feliz y cual Peter Pan, alzar el vuelo, libre. Necesito de
vosotros más que vosotros de mí, en el fondo soy tan débil como el que más.
Día 24
Releo en silencio mi pasado, buscando quizás el por qué de este presente.
La noche es mala consejera, me pide salir y perderme en los callejones
desiertos, en la humedad de las aceras, sin otra intención que buscar una vida
que ya no está.
Los peces del acuario miran ... con la insolencia del prisionero.
Hoy me pidieron una foto de cuando era niño, yo recuerdo cuando pedía pan.
El campo debe de estar precioso, ahora que nadie va a pisotear las flores.
Tengo amigos en todos los estatutos sociales, enemigos tengo el doble.
Creo que esperaré despierto al amanecer, si dios existe, ¿me prestará su
ayuda?
La mesa del salón parece el mármol de una morgue. Fría, limpia y esperando
su función.
En este punto, he decidido no seguir con el absurdo hecho de escribir lo
que siento.
Fin
Rafa Marín
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