Nadie llora ya tus miedos,
ni tus lágrimas heladas,
que corren como lluvia,
entre los apretados setos.
Cuando llega la madrugada,
muñeca rota de tanto amor
y tantos lejanos cielos.
Del verde de tus ojos,
apenas queda ya el gris,
de una mirada que se pierde,
en los irisados reflejos
de dos náufragos de hielo,
perdidos en el fondo de un vaso.
Rafa Marín
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