Agitada fue la
noche entre brumas
y sacrílegos hechos
y palabras.
Despertad y
sacudid el grato abrazo del sueño
y mirad la
muerte verdadera.
Así cantó
Shakespeare la muerte de un rey.
Y ahora me
pregunto yo,
¿qué palabras
merecen la muerte de una madre?
¿Sólo lágrimas y
el juramento
de no volver a
llamaros hermanos?
Vosotros que
engrandecisteis el entierro del ogro
y a ella la
priváis del de los sinceros lloros
de los que en
verdad la amaban.
En este trance
urgente la quemáis...
como si fuera
portadora de la peste.
En silencio,
viles ladrones de su cuerpo
que solo tuvo
como testigo mis sollozo
Rafa Marín
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