Yo te lloro madre,
con la desesperanza
de aquel niño perdido.
Con la amargura
de cada noche que pasé
en el viejo olivo.
En silencio,
para no despertar
al ogro dormido.
Te lloro porque
el tiempo te ha vencido,
porque ya no podré
consolar tus suspiros.
Atrás ya se quedaron
los días tan sufridos,
las noches de lluvia helada
y el hambre de los pajarillos.
No más puños cerrados
ni impotentes aullidos.
No más moratones
ni amenazas sin sentido.
Se disolvieron esas tenazas
que tanta presa hicieron contigo;
las cadenas de cruel acero
son solo tenues hilos.
Yo te lloro,
con esta pena que cada día
briega conmigo.
Desolado amanecer
en el que adiós te digo.
Rafa Marín