Me siento condenado a ya no poderte ser.
Pues de tus noches soy ese eterno ausente,
sombra de otoño que se volvió perenne.
Un paseo que recorro cada tarde para ver.
Eres una mirada, un gesto dónde perder,
esta condenada alma que entre la gente,
mirar sin mirar y no parecer insolente,
abocado para que nunca a solas querer.
Si por un momento ese derecho tuviera,
desahuciado viejo que callado adora,
esa sonrisa tan hermosa que nadie viera.
Mi voz que a tu oído entre letras implora,
entre gemidos poderte decir yo quisiera:
Tus ojos, ¡niña! Luceros que me enamoran.
Rafa Marín
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