Recorre por mis venas ya cansadas,
este dolor que nunca es olvido;
galopante sinrazón, madrugadas,
placeres que no tienen su destino.
Tan amargo y dulce, tan dañino,
un demonio que destapa sus garras,
en mi corazón impone su ritmo
para en silencio cantar su bonazas.
Mente que callar ahora me manda,
aunque sienta abrazos de espinos,
lacerante castigo de mi alma.
Castigo que busco y no reprimo,
cuando su voz sin gritos me reclama,
una vez más saborear su trino.
Rafa Marín
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