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viernes, 27 de julio de 2018

El eclipse (relato corto)

Aquella noche se sentía especial, todos hablaban del eclipse, pero ella no prestaba atención más que a su sensación. Como cada día, se preparó su ensalada y como cada día una copa de vino acompañaría su frugal cena, siempre sola; pero hoy se sentía especial.
Salió a la terraza, el canto de las cigarras, era sólo un recuerdo, se recostó en la hamaca tendida entre los dos limoneros y dejó que el susurro fresco de la brisa la envolviera. La noche empezaba a llegar y en las copas de los árboles del fundo se dibujaba la luna.
Comenzó el famoso eclipse, la luna comenzó a cambiar de color, naranja primero y luego un rojo sangre; se sintió embriagada, los limoneros, la paz y la luna, en su cuerpo se despertó el olvidado deseo. Poco a poco, una mano se deslizó hacia su sexo, temblorosa.
Creyó haber oído un ruido, se asustó y nerviosa levantó la cabeza, nada. Rió nerviosa y se sonrojó, imaginaba la cara sorprendida del curioso mirándola cuando se masturbaba. Ahora la sonrisa era maliciosa, dirigió su mano otra vez hasta su sexo, notaba como palpitaba.
La humedad envolvía sus dedos y mordiéndose los labios apagaba un gemido. El aullido se oyó cerca, demasiado cerca, aterrorizada quiso levantarse de la hamaca, pero la visión del enorme lobo negro la mantenía paralizada. El lobo se acercó mánsamente, mirándola.
Cuando el animal estuvo a su altura, acercó el hocico y husmeó bajo su vestido. Ella estaba aterrorizada, pero a la vez curiosa. Acercó la mano a la cabeza del lobo y le acarició las orejas. Todo miedo y toda voluntad desaparecieron al instante, la invadió la lujuria.
Despertó de repente, empezaba a clarear; a su mente volvieron los recuerdos tórridos de hacía unas pocas horas. Se sentía llena, cansada y desmadejada. Fue a bajarse de la hamaca y sus pies tropezaron con el cuerpo tendido en el césped, era el de un hombre desnudo.
Sonrió otra vez, se acuclilló y le susurró al oído...
Ven, seguro que tendrás hambre. Este se desperezó y la miró a los ojos; entre risas entraron en la casa, como dos adolescentes traviesos.

Fin

Rafa Marín






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