Vistas de página en total

sábado, 14 de julio de 2018

El convento (relato corto)

La joven miraba con ojos llorosos a la luna desde el enrejado ventanuco de su celda. Aquí -pensaba- encerrada en la flor de la edad, sin juicio y sin defensa. Tras los muros un dulce canto se hacía sentir, alegres voces que a Dios su plegaria alzan.
De repente el cerrojo que la aísla, sordamente se desliza y una agria voz le conmina a salir. Descalza como está, toma del pebetero la lucerna y se une sin más a esa procesión de niñas que en su encierro ya nada de la vida esperan. Vida de virtud sin maternidad.
Ante al austero y frío altar, una docena de niñas espera, la madrugada se hace notar, ni la curiosidad las despierta. Tiemblan sus labios y con sus propios brazos se abrazan, visten un sayo blanco nada más, que larga se hace la espera. Pronto el sol despuntará dando color y vida a las vidrieras. Ahora, sólo les queda rezar, que ese Dios de la Cruz al que en su esperanza veneran; les traiga una vida corta y de sus familias la piedad y hoy, por pobres con silencio se les niega. Sólo una parece no llorar de esta docena.
De mirada viva y boca que nació para besar, en su sueño ve, a ese apuesto galán que por los muros trepa. Para sus adentros una sonrisa dibuja, porque aún no sabe la agonía que le espera. Es una novicia nada más y los próximos diez años dormirá encerrada en su celda.
El frío del lugar y la escasa dieta, poco a poco a estas flores la va a marchitar; no habrá nocturnos galanes ni familia que las vaya a rescatar. Sólo de tarde en tarde el tierno beso que una de ellas a otra da. Así cada madrugada, de tan inhóspito lugar se alzan las voces más tiernas, dulces y bellas.
Alguna vez el rey el convento visitará y ellas, atrapadas en la clausura de las rejas, al monarca con su canto, un momento de éxtasis le daran.
Fin

Rafa Marín

No hay comentarios:

Publicar un comentario